Carta a mi hijo

Las cosas que amé de ti, aquellas que tanto quise, ya no están, se las llevó el tiempo. Tiempo cruel que nada perdona, tiempo insaciable que todo devora. El tiempo me ha robado tu infancia, me la fue quitando de a poquito, día con día, año tras año. Se llevó ya el día que te conocí, en ese cunero de hospital, cuando tomaste con fuerza mis dedos, ese día que sentí en ti ese olor suave y dulce que tienen los bebés. También me quitó esos días cuando diste tus primeros pasos tomado de mi mano, cuando te perseguía por todos lados para que no te golpearas, cuando revolvías todas mis cosas y hacías las travesuras más increíbles, movido por la curiosidad. Cuando nos bañábamos juntos, cuando te enseñé a andar en bicicleta, cuando jugábamos a las luchas y siempre te dejaba ganar, cuando íbamos al parque y me pedías que te comprara cosas, cuando con mirada suplicante me pedías que te cargara, cuando no había lugar más seguro en el mundo que mi mano o mis brazos. Todo eso ya se fue y nunca volverá, son cosas que extraño tanto, momentos ya vividos, perdidos en la bruma de los recuerdos. La imagen de nosotros, tu madre y yo caminando contigo tomados de la mano, se ha ido para siempre. Los días de ir juntos a todas partes como una familia ya sólo existen en mi mente. Ahora, hijo mío ya no eres niño, ya empiezas a ser hombre, ahora eres joven y fuerte. Ahora la vida te abre los brazos y ya no necesitas tanto los míos. Pero mi amor por ti no ha cambiado ni cambiará, siempre estaré detrás de ti, como cuando eras pequeño, y si caes mi mano estará lista para levantarte como entonces. Y así será hasta que llegue el momento en que seas padre y te nazcan estos sentimientos, cuando descubras por ti mismo el amor tan profundo que puede sentir un padre por su hijo, cuando la vida te ponga del otro lado y entiendas que tienes en tu pecho un amor sin fecha de caducidad, imposible de arrancar, un amor vivo, perpetuándose entre generaciones, un amor eterno.